Aunque con los medios de
comunicación actuales, estemos donde estemos, conocemos las noticias que
ocurren en cualquier parte del mundo en tiempo real, dependiendo del lugar
físico en que te encuentras unas toman más relevancia que otras.
Estando en Madrid no puedo evitar
estar pendiente de Alhama y su situación, que me preocupa. Me entero de que la
vecina Totana vuelve a la fase uno y parece que esto no tiene fin. En los pueblos
las clases sociales, aparentemente, no se diferencian mucho. Sin embargo, estoy
convencida de que la evolución de la pandemia va muy relacionada con las
desigualdades.
El influjo de Madrid me hace
recordar a Galdós y me doy cuenta de que sólo hemos cambiado en un aspecto
respecto a la época que el reflejaba en sus episodios y novelas. Dejando aparte
todo lo relacionado con las innovaciones tecnológicas los seres humanos no nos
diferenciamos mucho de aquel entonces.
Las nuevas normas vigentes en Madrid
impiden que uno de los sectores de la población, el que vive en los barrios
obreros, salga de casa si no es para trabajar. Por las mañanas los parques de
zonas no confinadas se llenan de niñeras que pasean a los bebés y niños de las
familias pudientes, las mismas niñeras que, al volver a su casa, tendrán que
lidiar con lo injusto de que sus propios hijos no puedan ir al parque del
barrio. Las distancias entre clases sociales, en las grandes ciudades, se manifiestan
de forma evidente.
Cuando toca vivir épocas de
crisis, las mujeres y sobre todo las mujeres trabajadoras, sufren las
consecuencias más que nadie; esta del coronavirus no podía ser una excepción.
Las Jacintas se mantienen en su estatus, las Fortunatas aumentan en cantidad y,
además, empeoran su calidad de vida.
Durante la anterior “normalidad”
las desigualdades quedaban tapadas porque todos podíamos comprar, unos en El
Corte Inglés y otros en el chino del barrio. Todos podíamos salir a comer fuera
de casa, unos en Mc Donalds y otros en el restaurante de moda. Consumir es una
gran manera de intentar tapar lo que nos falta y de calmar de forma rápida la
humana inquietud. Ahora las familias más desfavorecidas ven, de manera descarnada,
la realidad de su situación.
Mientras la clase política (de
cualquier signo) parece que “anda a por uvas”, lo que nos convierte en
huérfanos de seguridad a la mayoría de los ciudadanos. El panorama es bastante
desalentador y se echa de menos alguien que pise la tierra, que sea capaz de
ver la realidad que se vive en la calle, en los barrios.
Vuelvo a Galdós, el escritor por
excelencia del Realismo español, que describía en sus obras una sociedad de
clases sociales diferenciadas en un entorno político incierto, parecido,
salvando las distancias, al que sufrimos en la actualidad.
“Lo previsto no ocurre jamás,
sobre todo en España, pues por histórica ley, los españoles viven al día,
sorprendidos de los sucesos y sin ningún dominio sobre ellos” (`Miau´
Benito Pérez Galdós).
¿Quién será el cronista o la
cronista que cuente el “Episodio Nacional” que estamos viviendo?
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