3 millones de españoles, emigraron durante los años 50, 60 y 70 |
Venían con pequeños regalos que
para los mayores eran de lo más refinado: café auténtico (aquí se tomaba
achicoria), chocolate de verdad, queso, colonia… a veces juguetes que nos
parecían mágicos; entonces, los niños, poco sabíamos de otros juguetes que no
fuesen las rudimentarias muñecas y balones.
Los emigrantes españoles en
Francia, solían venir a ver a la familia por Navidad, una vez terminada la
temporada de vendimia. Llegaban contentos y presumiendo de lo bien que se vivía
allí, lo buenos que eran los patrones y lo bien pagado que estaba el trabajo.
¡Cuántas viviendas españolas se pagaron con ese dinero! Cuando llegaba la hora
de volver a irse, la tristeza sustituía a la alegría.
Hubo un tiempo en que nosotros también
fuimos emigrantes. Casi todas las familias más pobres tenían alguien fuera de
España trabajando (otros estaban por motivos políticos, esos no podían venir ni
de visita). Francia fue durante años el destino y el asilo de muchos españoles.
En esos años los sentimientos
hacia el país vecino estaban divididos, por un lado había admiración por su
sociedad progresista que comparada con la nuestra nos dejaba a la altura del
betún, tanto en lo cultural como en lo económico, (España era un país “En vías
de desarrollo” según decían los libros de texto de la época), por otro lado
había un cierto poso de rencor mezclado con servilismo, nacido de esa necesidad
no deseada de tener que abandonar el propio país para poder comer.
Años más tarde, con el inicio de
una cierta apertura política y social propiciada por las presiones políticas de
los gobiernos europeos, llegó el turismo, y España se convirtió en un destino
barato para que viniesen de vacaciones aquellos que habían recibido a nuestros
emigrantes y asilados. Entonces pudimos ver en directo el refinamiento y la
superioridad de aquella sociedad idealizada. La brecha social era patente, una
España desmantelada culturalmente y de mentalidad cerrada por el miedo, chocaba
con los aires frescos de minifaldas, pelo a lo garçón, cigarrillos y canciones
que sonaban a algo llamado Libertad.
La llegada de la Democracia,
trajo de vuelta a España a algunos de los que tuvieron que irse por motivos
ideológicos, pero a la mayoría el cambio no les llegó a tiempo. Muchos de los
trabajadores emigrantes tampoco
volvieron de forma definitiva, los hijos habían echado raíces en aquel país.
En este verano que Francia, sobre
todo Paris y sus Juegos Olímpicos, han sido los protagonistas de las noticias
junto con la llegada masiva de inmigrantes a nuestro país, he vuelto a pensar
en aquellos años no tan lejanos y sin embargo desconocidos para las nuevas
generaciones.
Me doy cuenta de lo débil y
selectiva que es la memoria, lo pronto que olvidamos la historia, que nos
creemos superiores por haber nacido en un lugar y no en otro, como si eso
tuviese algún mérito. Los lugares no importan, las personas sí.
La ceremonia de inauguración de
los JJOO me pareció una representación simbólica del mundo en que vivimos. Toda
la parafernalia imaginaria, un batiburrillo de actos incoherentes, atravesada
por un verdoso Sena demasiado real. La antorcha olímpica, suspendida en el
aire.
"Le métèque" ( el extranjero) Moustaki
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