20 ago 2024

VERANO AZUL

 

Siento un placer casi infantil cuando comienzo a escribir en una libreta nueva. Esa primera página es como el inicio de un proyecto o  la lectura de un libro, no sabes que te espera después de empezar. Me gusta comprar, cuando encuentro un cuaderno bonito, otras veces busco uno con la excusa de escribir cualquier cosa. Por mi casa tengo muchos desperdigados y, la mayoría de las veces, cojo cualquiera de ellos sin orden ninguno para anotar lo que se me ocurre o simplemente para no olvidar algo (sé que lo que escriba seguirá allí).

Creo que este es uno de los recuerdos infantiles que sigo materializando. Siempre que escribo en una primera página vienen a mi memoria aquellos cuadernos escolares. Cada niña teníamos un solo cuaderno que íbamos rellenando día a día con las diversas tareas que mandaba la maestra, primero se ponía la fecha y luego lo que tocara: lengua, matemáticas, dictado, cuentas, redacción, copiado, etc...En la clase había un cuaderno/diario en el que también se escribía lo que se hacía; cada día lo escribía una alumna diferente. Cuando me tocaba esta tarea, ponía todo mi cuidado en no hacer borrones, escribir con una letra clara y sin faltas de ortografía.

Después de muchos años, retomé mi afición por estudiar y escribir, recuerdo que para el primer trabajo que tuve que hacer pedían, específicamente, que había que presentarlo escrito a ordenador y enviarlo por correo electrónico. Me costó entender esta forma de hacer las cosas, por eso siempre imprimía una copia para guardarla yo (por si las moscas).

Me sigue gustando escribir a mano, tener una agenda de papel y tomar notas. Ver las palabras escritas por mi mano me da una tranquilidad que no siento cuando escribo en el ordenador.

Las nuevas tecnologías y en general todo lo relacionado con ellas, me producen sentimientos encontrados, de un lado me atraen, soy curiosa por naturaleza y lo nuevo me llama la atención; reconozco las facilidades que nos procuran, en algo tan pequeño como un móvil puedes llevar la agenda, documentos personales, puedes escuchar música e incluso ver películas. Por otro lado me generan una absoluta desconfianza, más aún cuando, poquito a poco, para casi todo, hay que depender de ellas. Hemos puesto nuestras vidas en sus manos sin apenas darnos cuenta. Datos personales, cuentas bancarias, billetes de tren o avión, expedientes académicos… todo existe de forma virtual y cada vez menos de forma física.

Mi desconfianza se vio acrecentada el pasado viernes 19 de julio, cuando todo el mundo entró en pánico al ver en los ordenadores la llamada “Pantalla azul de la muerte”, esa señal que indica un fallo en el sistema del “Amo” Microsoft. Millones de pantallas se tiñeron de azul y se hizo imposible que empresas de todos los países, administraciones públicas, transportes, hospitales etc. pudiesen funcionar con normalidad. Fue muy chocante ver cómo, en aeropuertos atestados de turistas, las asistentes rellenaban, a mano, justificantes de vuelo para los desconcertados pasajeros que mostraban su asombro. 

El caos digital hizo que muchas personas volviesen a escribir con su puño y letra, a algunas otras nos dio por pensar que habría pasado si ese color azul hubiese sido irreversible.





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