Siento un placer casi infantil
cuando comienzo a escribir en una libreta nueva. Esa primera página es como el
inicio de un proyecto o la lectura de un
libro, no sabes que te espera después de empezar. Me gusta comprar, cuando
encuentro un cuaderno bonito, otras veces busco uno con la excusa de escribir
cualquier cosa. Por mi casa tengo muchos desperdigados y, la mayoría de las
veces, cojo cualquiera de ellos sin orden ninguno para anotar lo que se me
ocurre o simplemente para no olvidar algo (sé que lo que escriba seguirá allí).
Creo que este es uno de los
recuerdos infantiles que sigo materializando. Siempre que escribo en una
primera página vienen a mi memoria aquellos cuadernos escolares. Cada niña
teníamos un solo cuaderno que íbamos rellenando día a día con las diversas
tareas que mandaba la maestra, primero se ponía la fecha y luego lo que tocara:
lengua, matemáticas, dictado, cuentas, redacción, copiado, etc...En la clase
había un cuaderno/diario en el que también se escribía lo que se hacía; cada
día lo escribía una alumna diferente. Cuando me tocaba esta tarea, ponía todo
mi cuidado en no hacer borrones, escribir con una letra clara y sin faltas de
ortografía.
Después de muchos años, retomé mi
afición por estudiar y escribir, recuerdo que para el primer trabajo que tuve
que hacer pedían, específicamente, que había que presentarlo escrito a
ordenador y enviarlo por correo electrónico. Me costó entender esta forma de
hacer las cosas, por eso siempre imprimía una copia para guardarla yo (por si
las moscas).
Me sigue gustando escribir a
mano, tener una agenda de papel y tomar notas. Ver las palabras escritas por mi
mano me da una tranquilidad que no siento cuando escribo en el ordenador.
Las nuevas tecnologías y en general
todo lo relacionado con ellas, me producen sentimientos encontrados, de un lado
me atraen, soy curiosa por naturaleza y lo nuevo me llama la atención; reconozco
las facilidades que nos procuran, en algo tan pequeño como un móvil puedes
llevar la agenda, documentos personales, puedes escuchar música e incluso ver
películas. Por otro lado me generan una absoluta desconfianza, más aún cuando,
poquito a poco, para casi todo, hay que depender de ellas. Hemos puesto nuestras
vidas en sus manos sin apenas darnos cuenta. Datos personales, cuentas
bancarias, billetes de tren o avión, expedientes académicos… todo existe de
forma virtual y cada vez menos de forma física.
Mi desconfianza se vio
acrecentada el pasado viernes 19 de julio, cuando todo el mundo entró en pánico
al ver en los ordenadores la llamada “Pantalla azul de la muerte”, esa señal
que indica un fallo en el sistema del “Amo” Microsoft. Millones de pantallas se
tiñeron de azul y se hizo imposible que empresas de todos los países,
administraciones públicas, transportes, hospitales etc. pudiesen funcionar con
normalidad. Fue muy chocante ver cómo, en aeropuertos atestados de turistas,
las asistentes rellenaban, a mano, justificantes de vuelo para los desconcertados
pasajeros que mostraban su asombro.
El caos digital hizo que muchas personas
volviesen a escribir con su puño y letra, a algunas otras nos dio por pensar
que habría pasado si ese color azul hubiese sido irreversible.
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