“Yo quiero que a mi me entierren,
como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro…” Vasija
de barro. Atahualpa Yupanqui.
La muerte de mi padre ha hecho
que reflexione mucho y me replantee algunas cosas, una de ellas ha sido, lo
necesarios que son los ritos que rodean a este triste suceso. A la muerte,
aunque camina con nosotros, nunca la miramos a la cara y cualquier cosa
relacionada con ella la vemos en la distancia. Si muere alguien conocido, lo
velamos, lo despedimos en su entierro y lloramos su ausencia. Todo esto, ahora,
ha adquirido para mí una dimensión diferente.
El velatorio es un acto de
despedida y de demostración del amor que de una u otra forma se tenia por la
persona fallecida, se recuerdan momentos vividos y anécdotas, la vida está muy
presente en este acto. Es también (sobre todo en estos momentos postpandemia)
un acto de reencuentros con muchas personas que hacía tiempo que no veías o de
conocimiento de gentes que conocían al difunto y eran absolutamente
desconocidas para ti. El velatorio se convierte en un momento donde se habla
del familiar de diferentes maneras que ayudan a iniciar el duelo.
Para los entierros siempre he
sido reticente, no le daba demasiada importancia al donde y al cómo. Esta es
otra de las cosas sobre las que he cambiado mi forma de pensar. Sí tiene
importancia, y mucha, el que haya un lugar donde los seres queridos estén
después de muertos, creo que otorga cierta paz y tranquilidad a la vez que, de
alguna forma, se honra su memoria.
Durante mucho tiempo he pensado
que me daría igual mi destino cuando muriese. Ahora me doy cuenta de que, si me
importa y que no tengo derecho a negar a mis descendientes un lugar donde, si
quieren, puedan ir a visitar el sitio donde reposen mis restos. Los seres
humanos tenemos la necesidad y el deber de trascender más allá de la vida, es
lo que le debemos a nuestros hijos y nietos.
Y aunque la memoria es el lugar
en el que siempre vivirán nuestros familiares y amigos queridos, considero
necesario ese otro lugar físico que nos invita a la reflexión, a recordarlos y
a que sean recordados.
En nuestro pueblo hay una
ausencia que estos días de duelo, en los que inevitablemente se piensa en la
propia muerte, se me ha hecho más visible y necesaria que nunca. Me refiero a
un lugar público donde enterrar a quienes no son católicos o simplemente no
profesan ningún credo. Me parece una negación de los derechos de estas personas
el que tengan que ser enterrados en un entorno que pertenece a una institución
religiosa determinada, cuando vivimos en un país democrático y laico
(supuestamente).
Las honras fúnebres de mi padre
han sido realizadas acorde con sus creencias religiosas y eso me da paz al
sentir que se ha respetado su voluntad.
Me gustaría tener la posibilidad
de elegir, para cuando llegue mi hora, el lugar donde quedarme para siempre, un
cementerio público en el que todos tengamos cabida.
Preciosa versión de la canción "vasija de barro" (Inti Illimani)
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