30 ene 2020

IMAGO



Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine. Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja. (El espejo chino. Anónimo)



La relación de las personas con su propia imagen es algo complejo y materia de estudio de muchas disciplinas.
Hay a quien no le gusta mirarse en el espejo o verse en las fotografías. El paso del tiempo o simplemente la percepción de uno mismo puede provocar que, a veces, no te reconozcas en la figura que te devuelven.

Durante el tiempo en que fui concejala de nuestro ayuntamiento, una de las cosas a las que me costó acostumbrarme, fue el verme con frecuencia en las fotos o vídeos de los  medios de comunicación. Al principio me obligaba a mirar las imágenes para detectar posibles errores, con el tiempo me habitué y dejó de resultarme extraño aparecer de vez en cuando en televisión, prensa o que la gente me dijese que había visto alguna intervención mía. También conocí a algunos que eran incapaces de mirarse y me decían que nunca se habían atrevido a contemplar su imagen en una pantalla.

Mal que nos pese, vivimos en la época de la imagen, rodeados (literalmente) de pantallas en las que se refleja lo que pasa en el mundo, pero también lo cotidiano. Es difícil asistir a un evento, sea de la clase que sea, cultural, social o familiar en el que no haya cámaras que capturen la imagen de los asistentes. Imágenes que más tarde veremos compartidas, con más o menos agrado, en las redes sociales.

A la cuestión de las imágenes compartidas, parece que siempre hay una vuelta de tuerca más que darle, o eso me parece a mí; me refiero a cuando se trata de la vida privada. Por poco que se frecuente cualquier red social, se puede ver, sobre todo a chicos y chicas jóvenes, exponiendo la parcela de su vida que deberían guardar bajo siete velos.

En algunas culturas indígenas no se dejan hacer fotografías porque creen que cada una que se les hace les roba un pedazo del alma. Quizás lo que desde nuestro mundo podamos ver como una superstición, tenga cada vez más razón de ser.
Las nuevas tecnologías están lo suficientemente avanzadas como para que quien no esté contento con la imagen que ofrece, pueda cambiarla posando una y mil veces en posturas inverosímiles, para conseguir la apropiada que, posteriormente podrá modificar, con la ayuda de cualquier programa de los que Internet suministra, hasta que, algunas veces, la persona no tiene nada que ver con la imagen que le representa.

Hace poco vi algunos capítulos de una serie que me impactó, en ella aparecen posibles modificaciones de la apariencia física de las personas a través de aplicaciones informáticas 

“Years and Years”. ¿¿¿¿Imposible????


                                   

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