Amancio Prada siempre ha sido uno
de mis cantantes preferidos. Una de sus obras más hermosas “El Canto Espiritual
de San Juan de la Cruz” tardé mucho en escucharla, alimentada por mis
prejuicios. La juventud y el apasionamiento que acompañan a la misma, me
llevaba más a escuchar canciones comprometidas, algunas prohibidas, que iban
más acorde con mis ideas.
En una etapa difícil de mi vida,
asistí a un curso de cuerda seca, en él, Chencho, que era el maestro, siempre
nos ponía música y él fue quien me alentó a escuchar esa obra musical.
Reconozco que esto supuso un cambio en mí, el cambio de aprender a diferenciar
el apasionamiento provocado por las canciones que me contaban lo que me gustaba
oír, del sereno placer de escuchar otras músicas.
Esta anécdota personal, viene al
caso porque hoy pensaba escribir mi columna dejándome llevar por el enfado que
me provocan muchas de las situaciones que están pasando en el mundo y más
concretamente en nuestro país: la olvidada guerra de Ucrania, el casi olvidado
conflicto de Israel y Palestina o las violentas actuaciones de algunos grupos
en Madrid.
Pero nada más ponerme a teclear
he recibido una noticia que actuado como un bálsamo que ha hecho desaparecer
ese malestar acumulado.
El laudino de mi padre, uno de
sus instrumentos más queridos y que le ayudó a pasar muchos malos tiempos, como
el confinamiento, ha encontrado otras manos que lo han hecho vivir, sonar, de
nuevo.
La música siempre fue la gran
pasión de mi padre. Él me contaba que, después de trabajar todo el día, siendo
aún muy joven, iba a aprender a tocar el laúd con un músico que era ciego.
No recuerdo ningún momento
familiar en que, al final, no apareciera el laúd en sus manos. Cuando tocaba,
se aislaba, la música lo envolvía y no sé a qué lugar lo transportaba. Hasta el
día antes de morir estuvo practicando.
Ningún hijo hemos heredado su talento
musical, por eso era muy importante que cuando el ya no estuvo, sus bienes más
preciados, que eran sus laudes, fuesen a parar a las manos adecuadas, que lo supiesen
valorar y utilizar con el mismo amor que él lo hacía.
Así que, el recuerdo de mi padre
y su música han sosegado la inquietud que estos días provocaban en mí cada
noticia que leía, referente a situaciones ante las que una no puede hacer nada.
Tomar distancia, aprender a
separase de aquello que nos provoca angustia, para ocupar un lugar desde el que
poder ver las cosas de otra forma, es un aprendizaje fundamental (aunque, a
veces, cueste)
“Bienaventurado el que, dejando aparte
su gusto e inclinación, mira las cosas en razón y justicia para hacerlas” San
Juan de la Cruz
“…Blanca te quiero, como flor de
azahares sobre la tierra. Pero no mía ni de Dios ni de nadie ni tuya siquiera”
Agustín García Calvo