¿Podemos cambiar y no queremos o queremos y no podemos?
Últimamente me hago esta pregunta con mucha frecuencia, cuando veo como transcurre la vida social y política a mi alrededor.
A veces creo que, en teoría, queremos cambiar pero en
la práctica no podemos, andamos como perdidos, confundidos. No podemos por
diversas causas, no todas debidas a la presencia de prohibiciones o leyes más o
menos justas, si no a ausencias.
Ausencias
de pertenencia, de formar parte de algo, de referentes, de espejos en los que
mirarnos.
Una de esas ausencias es la del sentimiento de clase,
la pérdida del orgullo de pertenecer a una clase social que no sea esa gran
clase media/consumidora/consumida que está dando sus últimos estertores.
Augusto Pinochet dijo en uno de sus abominables
discursos: “Tratamos de hacer un país de propietarios y no de proletarios” Esta
frase, este lema resume la trampa del Capitalismo en el que nos hayamos metidos
hasta las cejas, con su gran ausencia, el proletariado, la clase obrera.
Ausencia que es a la vez un engaño, porque los
obreros y obreras existen, lo que ha desaparecido es el sentimiento de
pertenencia a esa clase social, la conciencia de clase. Todos queremos ser
propietarios, a costa de lo que sea, la mayoría de las veces a costa de nuestra
propia identidad.
Las teorías del neoliberalismo ayudadas de los
movimientos posmodernistas consiguieron que nadie quisiera ser obrero, que
ningún padre quisiera ese futuro para sus hijos, la palabra que se defendía con orgullo y honor en generaciones
anteriores pasó a ser denostada.
Fue cuando nuestro país se pobló de J.A.P.S (Jóvenes
aunque sobradamente preparados), cuando la generación de los YUPPIES (young urban professional). El aumento de nivel de
vida nos proveyó de multitud de entendidos en gastronomía, vinos, automóviles
etc. El aumento de la clase media económica y política hizo florecer a los
llamados V.I.P.S (Very important person). Todos queríamos ser
ricos, poseer cosas, ser importantes aunque no tuviésemos importancia.
Se empezó a sobrevalorar al ejecutivo, más aún si lo era de un banco o inmobiliaria, hasta se valoró al indolente por encima del trabajador.
Si hablamos
de la mujer se sigue mirando con buenos ojos
al ama de casa, se ensalza a la ejecutiva, a la profesional, incluso la que no hace nada está mejor considerada
que la obrera de una fábrica.
Sin embargo
los obreros y obreras, los trabajadores cualificados, los campesinos,
son el tejido social que sostiene nuestra economía.
Ahora que los bancos, las inmobiliarias y demás
fraudes han dejado al descubierto su debilidad, ahora que está desapareciendo
esa clase media auspiciada por la socialdemocracia, la clase trabajadora vuelve a hacerse visible y necesaria, ella
es la que permite que podamos comer, vestirnos, disfrutar de nuestro tiempo
libre...
Esa clase que es y siempre ha sido la mas importante
de todo el entramado social.
Creo necesario que se recupere el orgullo ausente de la clase obrera, reivindicar la importancia que tiene ser de esos trabajadores y trabajadoras que tejen con sus manos y su buen hacer el tapiz invisible que sostiene el mundo real.
PREGUNTAS DE UN OBRERO QUE LEE. Bertolt Brecht
“¿Quién
construyó Tebas, la de las Siete Puertas?
En los
libros figuran sólo los nombres de reyes.
¿Acaso
arrastraron ellos bloques de piedra?
Y Babilonia,
mil veces destruida, ¿quién
la volvió a
levantar otras tantas?
Quienes
edificaron la dorada Lima, ¿en qué casas vivían?
¿Adónde
fueron la noche en que se terminó la Gran Muralla, sus albañiles?
Llena está
de arcos triunfales Roma la grande. Sus césares ¿sobre quienes triunfaron?
Bizancio
tantas veces cantada, para sus habitantes ¿sólo tenía palacios?
Hasta la
legendaria Atlántida, la noche en que el mar se la tragó,
los que se
ahogaban pedían, bramando, ayuda a sus esclavos.
El joven
Alejandro conquistó la India. ¿El sólo?
César venció
a los galos. ¿No llevaba siquiera a un cocinero?
Felipe II
lloró al saber su flota hundida. ¿Nadie lloró más que él?
Federico de
Prusia ganó la guerra de los Treinta Años. ¿Quién ganó también?
Un triunfo
en cada página. ¿Quién preparaba los festines?
Un gran
hombre cada diez años. ¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias, tantas
preguntas”
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